Clásico de defensa de la vida indígena y de crítica a la
desforestación del Amazonas, que muchos años después sigue vigente. Por
encima de todo, La Selva Esmeralda es una obra cinematográfica amena, bella, entretenida y épica. Ahí está su final trepidante.
El argumento es simple. ¿Para qué, a veces, guiones tan enrevesados? El
ingeniero encargado de construir una gran presa en el Amazonas pierde a
su hijo en la selva y lo busca durante 10 años. Ha sido secuestrado por
la enigmática tribu de los invisibles. El chico, el buen salvaje,
mientras tanto vive feliz y asimilado en la selva. Es un guerrero más en
su tribu, donde se ha casado y ha encontrado el equilibrio del hombre y
la naturaleza. ¿Para qué volver, para pagar facturas? Yo, desde luego,
no saldría de la espesa fronda para nada, y lanzaría mi telefonino
en alguna catarata, ¡qué se lleve la civilización y sus condenas bien
lejos! Para los indios de la película, somos los termitas. Si la veis,
inevitablemente pensaréis en Avatar (James Cameron), que se inspiró, en parte, en la obra de Boorman.
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