Desde siempre la conflictividad humana tiene mucho que ver con el derecho natural en contraposición con los derechos artificiales.Si los colectivos humanos establecen sus reglas de manera libre y responsable, la humanidad, debe desestimar por inoperante, cualquier norma o ley establecida fuera de cualquier colectividad creada por iniciativa propia.
Las luchas de poder, únicamente se basan en las diferencias humanas construidas como estructuras piramidales, en donde establecida una cúpula, se genera una estratificación encadenada de seres que someten y seres sometidos.
En la base de cualquier estructura piramidal se encuentra el egoísmo humano que pretende obtener privilegios y mejores condiciones de vida a costa de otr@s que se los pueden facilitar.Abuso, opresión, represión y sobre todo construcción de un inconsciente que acepta este planteamiento, es la causa más remota del caos humano en la actualidad y a lo largo de la historia.Si todas las energías humanas se hubiesen encaminado a la búsqueda de la felicidad, resultaría obvio que estaríamos viviendo una realidad muy diferente.
Tal vez, lo que todavía no hemos logrado comprender es que la igualdad es una cosa y la diversidad otra, y por ello, las identificamos para generar confusión.
Nada en la naturaleza es idéntico pero evidentemente, sí es diverso y dentro de esa naturaleza estamos los seres vivos y los seres pensantes y por lo tanto, sometid@s a las mismas leyes naturales, nos guste o no.
El afán humano de la originalidad y la diferencia, convierte una dinámica de avance en una dinámica de lucha.
La búsqueda de la identidad se ha identificado con la demostración de que de alguna manera, soy un ser extraordinario, diferente, por encima del resto de la especie.
Verdaderamente, visto así, es de la mayor simpleza y supone un enorme desconocimiento de nuestra realidad natural, pero en el campo de la fantasía puede comprenderse como un buen mecanismo de defensa frente a nuestra mediocridad; porque mediocridad es diferente de diversidad y cuando no se reconoce la diversidad se cae en la falacia de la compensación de la mediocridad por el poder para demostrarnos a nosotr@s mism@s nuestra individualidad, nuestra identidad y sobre todo nuestra “inmortalidad”. Por ello, nuestra civilización es más un campo de batalla que una pacífica y agradable convivencia.
Como ejemplo de lo dicho, vamos a coger como punto de referencia el colectivo femenino como un elemento fundamental de las ansias de poder original y el deseo insatisfecho de ser por encima de las demás.
Parece que es esta la primera división en la escalada del poder, la más antigua y por ello la fundamental para comprender a los colectivos dominantes y dominados.
Esa primera diversidad humana, por razón de sexo, al no ser ni comprendida ni aceptada configura y establece la más elemental forma de estructura piramidal en la cual se van a asentar todas las de más.
Si tenemos en cuenta, que la fuerza bruta, era en el principio un valor importante porque se confrontaba con la fuerza animal, podemos comprender que el colectivo masculino quisiese destacar este elemento diferenciador como una cualidad de superioridad, cuando en realidad suponía una similitud con la especie irracional, pero que en aquellos momentos suponía una buena defensa para la supervivencia, porque el punto de referencia no era la humanidad racional y pensante, sino la irracional de fuerza elemental.
Si lo más difícil de combatir era precisamente esta fuerza, la confrontación de los hombres con ella, les debió hacer creer que, por ello, eran superiores a la otra parte del colectivo humano que perpetuaba la especie y recolectaba frutos para la subsistencia cotidiana.
Tal vez, esa no implicación en la confrontación de fuerzas, hizo que las mujeres tuviesen miedo de ella, al tiempo que la rechazaban y detestaban al tiempo que las protegía.
Era la dicotomía entre el mundo animal y el mundo racional; la misma que se ha venido manifestando a lo largo de los tiempos ya que la capacidad de raciociocinio seguía un proceso mucho más lento que el primariamente físico que se engrandecía con el ejercicio diario para defenderse de los peligros inmediatos.
Los otros, innumerables peligros que generaba la naturaleza no eran básicamente considerados como retos, porque sus características naturales diferían de las similitudes entre seres vivos de mayor inteligencia, y por ello, las otras causas naturales fueron consideradas telúricas y generaron los dioses y las religiones para poder explicarlas.
En nuestra realidad actual, seguimos recibiendo esta herencia que se ha constituido como fundamental dentro de la experiencia humana y que, nos guste o no, ha generado las bases de las estructuras de poder, ya que esta dicotomía colectivo masculino-colectivo femenino, no está resuelta.
Para la gente anarquista esto resulta más evidente que para otras formas de pensamiento, pero, no obstante, la base de equilibrio que debe generar una sociedad no piramidal no se ejercita con la debida claridad, por ello existimos las anarcofeministas.
Cuando el colectivo masculino vea claro, que la fuerza bruta no es imperativa de superioridad sino de infrahumanidad, posiblemente nos encontremos en el punto de salida.
Hoy por hoy, esa elemental obviedad no parece estar tan clara, porque sigue manteniéndose con excesiva fuerza y, pensamos que supone una torpeza en el proceso de evolución de la humanidad.
Sí razón y no fuerza generan la base de nuestra racionalidad, la diversidad sería aceptada como un hecho indiscutible y por lo tanto, discutir sobre igualdad humana, no tendría sentido.
Pero, lamentablemente lo tiene, y por eso las mujeres anarquistas debemos insistir con más fuerza sobre la necesidad de que el colectivo masculino anarquista, desestime la fuerza como elemento de poder y genere racionalidad como forma de progreso y evolución.
Es indudable que las concepciones más simples a veces resultan las más difíciles de comprender porque, posiblemente, subyace con excesiva fuerza ese deseo ancestral de originalidad y superioridad que compensa la aceptación de nuestra igualdad como especie humana pensante y evolucionable.
Si el individualismo cede y se incrementa el colectivismo, es evidente que esos deseos de identidad y originalidad se compensarían en la consecución de un objetivo común de libertad y felicidad, por que, tal vez todo nos quede poco claro, pero lo que sí es del todo clarividente es el sentimiento de infelicidad que nos asola, por lo que cualquier alternativa que nos evite soledad y dolor, siempre será mejor que lo que tenemos.
Josefa Martín Luengo
Mujeres por la anarquía - Escuela Libre Paideia
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